Berenstein, Isidoro (Buenos Aires, Paidós, 2004).
En este libro Isidoro Berenstein continúa
profundizando las líneas de reflexión abiertas en El sujeto y el otro,
las múltiples y fecundas resonancias que el concepto de vínculo ofrece a
la indagación psicoanalítica. Y esta vez lo hace ahondando, entre otros
temas, en el vínculo que se establece entre analista y paciente, lo
cual le permite replantear la concepción tradicional de “transferencia”,
en la que se supone el despliegue del mundo objetal de uno –el
paciente– en el del otro –el terapeuta–, para postular una noción de
mayor complejidad y alcance: la de interferencia. Noción situacional que
supone la presencia de analista y paciente, y que lejos de considerar a
la realidad externa como un obstáculo para el despliegue de la vida
psíquica, la considera parte de la realidad psíquica, con todo el
desafío que ello conlleva para la tarea analítica.
Ese entre-dos propio del vínculo terapéutico, que Berenstein replantea con nuevas consideraciones metapsicológicas, lleva naturalmente a abordar otros términos teóricos y técnicos. Así, el libro analiza el estatuto del otro, en tanto semejante –de extensa raigambre en Occidente– y en tanto ajeno –cuya figura se presenta bajo la forma del extranjero, el hereje, el refugiado, el desocupado...–. Dos modos de representar al otro que exigen, a su vez, una profunda revisión del concepto de “representación”, el cual ha dado sobradas muestras de agotamiento. Reconocer y dar lugar a lo irrepresentable constituye una tarea insoslayable para el psicoanálisis, pues pensar en términos de representación implica para la subjetividad instituida una gran dificultad para incorporar lo nuevo, aquello que se presenta al sujeto y que es irreductible a las formulaciones previas.
Ese entre-dos propio del vínculo terapéutico, que Berenstein replantea con nuevas consideraciones metapsicológicas, lleva naturalmente a abordar otros términos teóricos y técnicos. Así, el libro analiza el estatuto del otro, en tanto semejante –de extensa raigambre en Occidente– y en tanto ajeno –cuya figura se presenta bajo la forma del extranjero, el hereje, el refugiado, el desocupado...–. Dos modos de representar al otro que exigen, a su vez, una profunda revisión del concepto de “representación”, el cual ha dado sobradas muestras de agotamiento. Reconocer y dar lugar a lo irrepresentable constituye una tarea insoslayable para el psicoanálisis, pues pensar en términos de representación implica para la subjetividad instituida una gran dificultad para incorporar lo nuevo, aquello que se presenta al sujeto y que es irreductible a las formulaciones previas.