Arthur Schopenhauer conoció bien Europa en su niñez. Sus estancias en El Havre para aprender francés cuando solo contaba diez años de edad y, poco después, los dos grandes viajes europeos que emprendió junto a sus padres, en su adolescencia, le proporcionaron la suficiente experiencia como para jactarse, cuando ya era un filósofo famoso, de haber conocido el mundo de primera mano, en persona, en vez de únicamente a través de los libros.
Los dos Diarios de viaje que contiene este volumen, inéditos en castellano, los llevó el adolescente Arthur a instancias de sus progenitores mientras viajaban por media Europa en coche de caballos. En el primero, escrito durante un viaje estival al balneario de Carlsbad (Bohemia), Arthur dejó constancia de sus impresiones de Centroeuropa. En el segundo viaje, de más de año y medio de duración, los Schopenhauer llegaron a Londres después de pasar por Holanda. De regreso al continente, a través de Francia, cruzaron los Alpes franceses y suizos hasta Austria. Viajeros privilegiados gracias a la fortuna de Heinrich Floris, padre de Arthur, los Schopenhauer visitaban museos y monumentos, conocían a personalidades de la época y disfrutaban de los más bellos paisajes; fueron turistas gozosos y pioneros, en busca de cultura y amplitud de conocimientos.
Este testimonio del joven Schopenhauer, aun siendo de interés para los lectores de sus obras, aporta además una clara idea de qué podía admirarse en aquella Europa de comienzos del siglo XIX; cuáles eran los monumentos que entonces llamaban la atención, qué obras eran dignas de elogio artístico y cómo eran los paisajes que hacían volar la imaginación de las pocas personas que viajaban por placer, tan escasas en aquel tiempo e imbuidas de un espíritu puro, aventurero y romántico.
Los dos Diarios de viaje que contiene este volumen, inéditos en castellano, los llevó el adolescente Arthur a instancias de sus progenitores mientras viajaban por media Europa en coche de caballos. En el primero, escrito durante un viaje estival al balneario de Carlsbad (Bohemia), Arthur dejó constancia de sus impresiones de Centroeuropa. En el segundo viaje, de más de año y medio de duración, los Schopenhauer llegaron a Londres después de pasar por Holanda. De regreso al continente, a través de Francia, cruzaron los Alpes franceses y suizos hasta Austria. Viajeros privilegiados gracias a la fortuna de Heinrich Floris, padre de Arthur, los Schopenhauer visitaban museos y monumentos, conocían a personalidades de la época y disfrutaban de los más bellos paisajes; fueron turistas gozosos y pioneros, en busca de cultura y amplitud de conocimientos.
Este testimonio del joven Schopenhauer, aun siendo de interés para los lectores de sus obras, aporta además una clara idea de qué podía admirarse en aquella Europa de comienzos del siglo XIX; cuáles eran los monumentos que entonces llamaban la atención, qué obras eran dignas de elogio artístico y cómo eran los paisajes que hacían volar la imaginación de las pocas personas que viajaban por placer, tan escasas en aquel tiempo e imbuidas de un espíritu puro, aventurero y romántico.